Tengo un par de borradores a medias. Los típicos borradores que no creo que llegue a publicar nunca. Los voy dejando ahí y se me van pasando las ganas de terminarlos. Esto a veces es un aquí te pillo y aquí te mato y otras a acaba en un coitus interruptus. Si alguna idea me ronda la cabeza y no tengo con quién discutirla, escribo sobre ella. Si puedo discutirla, el borrador nunca lo termino.
La vida me lleva de un lado a otro, del trabajo a los niños, de los niños a los estudios y de los estudios a esas catas que doy por ahí de vez en cuando. De lo que me gustaría hacer en mi tiempo libre, poco hago. El tiempo que me deja el trabajo y la familia me gustaría dedicarlo a leer sobre Kurt Gödel y poco más. Kurt Gödel es mi obsesión de 2025.
Uno de estos borradores trataba sobre La Distinción de Pierre Bourdieu. Escrito en 1979, es un libro clave para entender la relación entre la clase social, el capital cultural y el consumo de bienes culturales. Tenía varias ideas sobre las tesis de Bourdieu y el consumo de vino cuando me invitaron a la presentación del libro Vinos Gentrificados de Santi Rivas en Burgos.
Vinos Gentrificados se puede analizar desde muchos ángulos, pero el que más me interesa es el que está vinculado con las ideas de Bourdieu.
Bourdieu analizaba cómo el consumo cultural, extrapolable al consumo de vino, funciona como marcador social y refuerza las jerarquías sociales. Bourdieu podía resumirlo en su frase “el gusto clasifica, y clasifica al clasificador”. Santi Rivas, por su parte, analiza cómo ciertos vinos alcanzan tal nivel de culto que la demanda supera tan ampliamente a la oferta que pasan a revalorizarse a tal extremo que se “gentrifican”. El nexo entre ambas tesis reside en que la demanda de la que Santi habla está impulsada muchas veces por la necesidad de algunos de que el consumo de determinados vinos marque su posición social dentro del mundillo.
Si Bourdieu hablaba ya en el 79 de todo esto, lo que Santi describe es una aceleración del proceso a causa del efecto de las redes sociales. Antes uno tenía que formarse, viajar, comprar, demostrar su capital cultural; hoy basta con unas fotos en instagram. Esto lleva a situaciones cómicas, como ver a gente en restaurantes fotografiando botellas consumidas en la mesa de al lado.
Más allá de la gracia que me hace esto último (no creo que me leáis porque estáis a otras cosas, pero sé quienes sois, jajaja), a mí, personalmente, el hecho de que unos vinos se gentrifiquen me importa realmente poco. Si tuviese que centrar mi atención en problemas del sector lo haría en cosas más importantes. Además es inevitable, y no poder tomar una botella concreta no me ha resultado nunca ningún problema para poder demostrar mi capital cultural.
De las tesis de Rivas que más me importan, por lo trascendente para el sector es de la polarización entre consumidores -o maneras de consumir-. Creo que le dedica menos espacio en su libro porque supongo que considera que es un tema cerrado sobre el que no merece la pena perder más tiempo. Si es así, se equivoca. Basta con asomarse a algún foro de Linkedln o una reunión de los lobbies del sector para ver que se sigue hablando en singular: el sector, el vino, el consumidor. Y en realidad, hay como mínimo dos. Uno, el que considera el vino como una bebida recreativa, a veces una commodity. Y dos, el que considera el vino más allá de su placer estético y valora su placer cultural. Y en ese placer cultural, aparece el concepto de capital cultural de Bourdieu y claro, los vinos gentrificados de Santiago Rivas.
El chico que delante de mí en un wine bar de Madrid pidió “el vino más sucio que tengas” (literal) en realidad no disfruta bebiendo suciedad -¿quién lo hace?-. Estaba significándose, del mismo modo que lo hacía llevando gorra y calcetines blancos estirados hasta arriba. La mujer que en una cata me dijo que el vino tenía que costar 1.10€ la copa para crear cultura de vino, en realidad entiende que la cultura es el consumo habitual y concibe el sector de manera distinta a como lo concibo yo.
Esta distinción es capital porque ahora que enfrentamos retos nunca vistos, ¿qué modelo de sector queremos para el futuro?, ¿qué queremos que sea el vino en la sociedad?, ¿qué interlocutores nombraremos como representantes de un sector con problemas?, ¿cuánta fuerza harán unos frente a otros?
Yo tengo pocas respuestas a día de hoy, pero me gustaría empezar por hacer las preguntas adecuadas. Sin pregunta no hay respuesta que valga.
No sé si será aquí o en otro espacio en el que me han dado la oportunidad de escribir, pero seguiré haciéndome algunas preguntas aunque no tenga respuestas aún.
Muy buena argumentación que comparto íntegramente.
No creo que haya un tipo de consumo correcto. Todos deben coexistir, el de más cantidad y más barato, el que se define por una filosofía concreta, el que bebe buscando conocimiento, o el que solo quiere presumir de etiquetas. Todos ellos conforman un ecosistema donde el centro es el vino y que debería estar en equilibrio. Y esto creo que se ha roto con el cambio generacional y por eso nos vemos así, desorientados. Lo que debe cambiar es la producción, el consumidor ya lo hizo.